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Arrebatándole hijos a la guerra
10 Jul 2025
Crónicas / En voz de Mujer
Entre sus tres hijas, cinco nietos, reuniones distritales, acompañamientos a familias y los diferentes proyectos que apoya y lidera, María Rosa Murillo Mosquera llega a su casa a eso de las nueve de la noche y solo descansa los domingos.
Uno de sus roles es el de representante legal de la fundación Centro de Estudios y de Investigación Sociocultural del Pacífico Colombiano, Fusispac, cuyos líderes son mujeres en un 80 %, y, aunque más de la mitad de la población que beneficia es afrocolombiana y su labor se enfoca en las personas víctimas del desplazamiento y la violencia en la región pacífica, Rosa aclara que es una escuela abierta que atiende a mestizos, inmigrantes e indígenas, desde niños hasta adultos mayores, en las localidades de Usme y Engativá de Bogotá, ciudad a la que Rosa llegó hace más de 30 años, después de que su hermana fuera secuestrada y desaparecida en su natal Litoral del San Juan (Chocó), municipio fundado en 1993, cuando se separó de Istmina y a donde los primeros colonos llegaron a inicios del siglo XX, huyendo de la violencia en otras regiones de ese departamento y de las costas de Nariño, Cauca y Valle del Cauca.
“Solo el año pasado regresé a dejar las cenizas de mi madre”, cuenta Rosa, a pesar de que no pudo llegar al caserío donde creció debido a la violencia que golpea la región desde hace más de un siglo. “Tengo que seguir adelante, con mi familia, sanando, apoyando a otras mujeres como yo”, lo cual logra a través de la fundación, impulsando emprendimientos de mujeres con el programa Mi Cuerpo, Mi Derecho, Territorio de Paz; así como la divulgación de la medicina ancestral y la educación de personas víctimas de diferentes tipos de violencia, como la misma Rosa, que no puedo terminar su bachillerato tras sufrir cuatro desplazamientos forzados.
Sin embargo, Rosa buscó unir a su comunidad, primero, en la sanación, para luego empoderarse de acciones que rompieran dichos círculos, desde refuerzos escolares hasta talleres con mujeres víctimas de violencia doméstica: “El proceso verdadero está en el territorio, en las localidades y en sus periferias”.
Por eso, Fusispac también reivindica la transmisión de saberes como arma contra el racismo. Rosa cree que la mejor defensa contra la discriminación no es la violencia, sino la memoria, la inteligencia y la comunidad. Por ejemplo, sus niños -como los llama-, una vez en la universidad, conforman residencias para que sus compañeros que ingresan puedan culminar sus estudios en vez de caer entre las brechas creadas por el racismo estructural e institucional en Colombia.
Otra de las actividades de la fundación es la Chocolatada Étnica, en la que atienden a los adultos mayores de la comunidad. “Muchos de ellos vienen desde el campo a este frío, a esta selva de cemento, y les toca vivir en un cuarto con cinco o seis personas para cuidar a los nietos y no tienen un espacio, pero llegan a la Chocolatada y los atendemos como reyes, desayunan, almuerzan, hacemos actividades de juegos de cartas, literatura, oralidad, bailamos”, cuenta Rosa.
Sin embargo, su proyecto bandera es la Escuela Yemayá, que atiende las necesidades psicológicas y afectivas de niños, niñas y jóvenes. “Les inculcamos que nada es imposible, que pueden estudiar la carrera que deseen, que deben tocar puertas, al tiempo que se comen un tapado de pescado, un arroz clavado, un encocado de jaiba o un pepiado de naidí y hacemos juegos, rondas, mitos y leyendas de nuestro territorio”, comenta Rosa. En esencia, cada sábado es un espacio de aprendizaje y apropiación de la herencia pacífica, con un enfoque en derechos humanos y de liderazgo, “pero no social, sino de su propia vida”, aclara la activista, para darles una opción a jóvenes que, de otro modo, también serían víctimas de la violencia que sufrieron sus familias y, por el contrario, ahora son universitarios y líderes dentro y fuera de sus comunidades.
La expresión líder social le hace ruido, por eso prefiere definirse como su trabajo en la fundación, el de representante legal, mismo que la ha convertido en un referente para familias en condición de desplazamiento cuando aquellos que conocen su obra les dan su número para acompañarlas en la reclamación de sus derechos, sea presentándose ante la Unidad de Víctimas o buscando un colegio para sus hijos.
“Yo soy un instrumento de Dios y de todos mis ancestros. Ellos son a través de mí”, dice Rosa, para quien el papel de la mujer como dadora de vida está unido al de constructora de paz “Parimos a esos hijos para la guerra, pero debemos pensar cómo parir hacia la paz”.
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